miércoles, 14 de noviembre de 2012

Niebla. Miguel de Unamuno


Cayó a mis pies de hinojos, suplicante y exclamando:
-¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!
-¡No puede ser, pobre Augusto -le dije, cogiéndole de una mano y levantándole-, no puede ser! Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de tí. Dios, cuando no sabe qué hacer de nosotros, nos mata. Y no se me olvida que pasó por tu mente la idea de matarme...
- Pero si yo, don Miguel...
- No importa; sé lo que me digo. Y me temo que, en efecto, si no te mato pronto, acabes por matarme tú.
- Pero ¿no quedamos en que...?
- No puede ser, Augusto, no puede ser. Ha llegado tu hora. Está escrito y no puedo volverme atrás. Te morirás. Para lo que ha de valerte ya la vida...
- Pero... por Dios...
- No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete!
- ¿Conque no, eh? - me dijo-, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oirme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿con que no lo quiere?, ¿con que he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió...! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos, sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Por que usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima...
- ¿Víctima? - exclamé.
- ¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir! ¡Usted también se morirá! El que crea se crea y el que se crea se muere. ¡Morirá usted, don Miguel, morirá usted, y morirán todos los que me piensen! ¡A morir, pues!
Este supremo esfuerzo de pasión de vida, de ansia de inmortalidad, le dejó extenuado al pobre Augusto.
Y le empujé a la puerta, por la cual salió cabizbajo. Luego se tanteó, como si dudase ya de su propia existencia. Yo me enjugué una lágrima furtiva.

No hay comentarios: